martes, 2 de junio de 2009

El viaje de las ideas innovadoras


De Berlín a Barcelona, de Barcelona a Guadix. De la cabeza de Monika a una pieza compacta, rugosa, mezcla de vegetal y mineral. De la potencia al acto, de la idea viajera al ladrillo ecológico de cáñamo.

Para mí ha sido siempre motivo de interés el porqué algunas ideas se quedan en eso, en ideas, mientras que otras abandonan su etéreo estado y se concretan en algo material, tangible. Quizás la biografía de quien idea tenga algo que ver, también su carácter, las circunstancias concretas en las que surge la iniciativa, pero hay algo más, algo… ¿misterioso?

Las grandes mujeres y los grandes hombres de la historia, ¿no han sido siempre innovadores? Yo diría que sí. Por algo esa capacidad de crear, de idear nos diferencia como especie. Pero estamos en un periodo de nuestra evolución como sociedad en la que no basta con que unos pocos innoven, sino que es necesario que convirtamos esa posibilidad que nos brinda nuestra naturaleza humana en una actitud comunitaria, generalizada, que nos permita dar respuesta a los grandes retos que se nos plantean como sociedad global.

Volviendo a la historia de Monika Brümmer, parece que hay algunos elementos clave para que se haya convertido en la creadora del Cannabric, un innnovador ladrillo ecológico patentado, hecho de cáñamo, cal hidráulica natural y una mezcla de minerales que permite construir casas saludables en las que el consumo de energía es muy bajo.

Por un lado, fue precisamente en el proyecto fin de carrera de esta arquitecta alemana afincada en la Andalucía rural donde todo se inició. La formación tiene pues un papel fundamental en el intento de transformar esa idea en algo práctico. Por otro lado, fueron necesarios muchos experimentos posteriores para que su invento pudiera efectivamente aplicarse a todo tipo de construcciones como ella deseaba y mucho empeño para crear una empresa a partir de ahí. Me atrevería a decir que ese tesón va ligado a una firme confianza en las posibilidades propias que es factor imprescindible para emprender. Y ¿no se aprende eso también?

¿No serán entonces la educación y la formación las alas que necesitan las ideas para hacer el viaje de la innovación? Yo estoy convencida de que sí, de que ese es el secreto. La sociedad basada en el conocimiento no es una expresión vacía, aunque es cierto que se puede malinterpretar fácilmente limitándola. No se trata únicamente de promover el conocimiento técnico y científico imprescindibles para la innovación, sino también de alentar y fomentar desde todas las instancias educativas, las familias y la sociedad en general las actitudes creativas y emprendedoras vinculadas al aprendizaje continuo, como un valor esencial para nuestro futuro.


Raquel Moreno Vicente
Europe Direct Andalucía Rural